viernes, 28 de febrero de 2014

Con.vencer o con.vivir en Chile ayer, en Venezuela hoy.



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En septiembre del año pasado, 2013, cuando se conmemoraban los 40 años del golpe militar de "nuestro" 11 de septiembre, me dolió mi país. Me dolió ver la manera en que seguimos divididos en torno a este hecho histórico. Me dolió escuchar por distintos medios las muchas conversaciones y discusiones que con vehemencias y pasión se tornaban en descalificaciones mutuas de quienes estaban de acuerdo y justificaban el golpe y quienes lo rechazaban categóricamente. Entiendo que no hay manera de no seguir divididos, ya que es imposible que haya una sólo mirada de los hechos que acontecieron y las justificaciones que derivaron en tales hechos. Seguirán existiendo tantas miradas como observadores hayan. De hecho, en ese momento pensé en lo inútil que son las discusiones y argumentaciones políticas e ideológicas entre personas que tienen posiciones opuestas respecto, para este caso en particular, a lo acontecido ese 11 de septiembre. El único beneficio que veo es que quienes no lo vivieron, puedan, a través de estas miradas opuestas hacerse una idea de lo que efectivamente ocurrió. Y digo único beneficio, porque he aprendido con la vida que en una discusión ideológica-política-partidista (como en el fútbol) no puede haber ganadores respecto a las "verdaderas verdades". Si el objetivo de tal conversación es mostrar ciertos puntos de vistas basado en argumentos "sólidos, objetivos e irrefutables" para que la contraparte pueda admitir lo correcto de tales argumentos y reconocer lo errado de su posición, eso en la práctica no ocurre, ya que la contraparte está haciendo exactamente lo mismo con su propia batería de argumentos "sólidos, objetivos e irrefutables". Nadie con-vence a nadie y, obviamente, nadie se deja con-vencer. Desde allí, la conversación sobre estas discrepancias pueden ser eternas y sin "solución" alguna. Los ánimos se caldean y estas conversaciones terminan con descalificaciones y emociones que nada aportan a un mejor con-vivir. La única manera en que una conversación sobre discrepancias se "resuelva" es que una parte "convierta" a la otra (normalmente por medio de la fuerza) o que la haga "desaparecer" (genocidios en tiranías). En democracia, la única alternativa a la resolución de las discrepancias es, sencillamente, disolverlas.

Así, entre tanto bombardeo mediático, me di cuenta que lo que me dolía era el "emocionar" de nosotros los chilenos sobre este tema. Sentí el dolor, la rabia, la impotencia, el resentimiento, la descalificación, el deseo de venganza, la negación y la falta de respeto entre compatriotas, aún divididos por un hecho que ocurrió hace 40 años atrás, de uno y otro "bando". Me pregunté cómo lo podríamos hacer para un mejor convivir como ciudadanos de una misma tierra, y a la respuesta que me surgió fue que al único convivir que yo podía aportar era el que surgiera de mi propia relación con otra persona, con otro chileno, frente a frente, uno a uno.

Y para llevarlo a la muy práctica, se me ocurrió llamar a mis primos. Permítanme un poco de contexto:

Por el lado de mi familia paterna, nosotros somos nueve primos hermanos. Nosotros tres, hijos de mi padre, los tres hijos del hermano mayor de mi padre y los tres hijos del hermano menor de mi padre. Mi tío el menor, para el golpe, era dirigente sindical y miembro activo del Partido Comunista. Toda su familia terminó, afortunadamente por la seguridad de mi tío y su familia, exiliada en Italia. Mis tres primos estudiaron su educación básica y media en Roma y en París y su educación universitaria en Moscú. Mi tío el mayor, profesor de matemáticas, para el golpe tenía un alto cargo en la Universidad de Chile sede Antofagasta. De tendencia socialista, en 1974 decidió dejar Chile con toda su familia y buscar mejores posibilidades profesionales y "emocionales" en Venezuela. Mis otros tres primos son ciudadanos venezolanos y se viven su "ser venezolanos" como cualquier hijo nacido en esa tierra. Nosotros tres nos quedamos en Chile. Mi padre era la "oveja negra" de una familia de pensamiento mayoritariamente socialista, y desde joven suscribió las ideas liberales de la centro derecha. Dos de nosotros tres, terminamos estudiando carreras universitarias en Estados Unidos.

A mis primos "europeos" no los volví a ver hasta fines de la década del 80. Y el reencuentro fue, por decirlo menos, raro. Teníamos sangre común, recuerdos de nuestra infancia juntos, entre partidos de futbol entre primos y tardes de playa en el Camping de Guanaqueros, pero no mucho más. De hecho, la primera vez que invité a cenar a uno de mis primos con su señora, también chilena que había estudiado medicina en Moscú, a nuestro departamento en Las Condes, el final de la velada no pudo ser peor. Estábamos en el plato principal e inevitablemente salió el tema político a la palestra. Después de una serie de opiniones y contra opiniones, ellos se pusieron a hablar entre ellos en ruso y nosotros, para no hacer menos, empezamos a hablar inglés. Trasladamos la "Guerra Fría" a este encuentro familiar entre primos hermanos. No llegamos al postre, ya que la cena terminó abruptamente en ese instante en que surgieron terceros idiomas, con todo lo que ello significaba.

Con el transcurrir de los años, la relación con ellos fue buena. Habían juicios, algunos implícitos y otros definitivamente explícitos, sobre los que significaba estar parado en distintas posiciones del espectro político. Sin embargo, la relación se mantuvo desde un respeto en que priorizábamos ser familia, considerando además, que nuestros padres eran buenos hermanos. Así, en los encuentros familiares, de lo que normalmente se hablaba era de fútbol, con todo lo animado que significaba que un "chuncho momio" terminara discutiendo con un "colocolino socialista" sobre las posibilidades de campeonar o sobre el resultado del último clásico.

Volviendo al cómo yo me hacía cargo de un mejor convivir en mi país, decidí entonces invitar a cenar a mis primos "europeos". La invitación fue directa al grano. Primos queridos: Con todo lo que se está conversando de los 40 años del golpe, reflexionaba hoy que las personas con que me gustaría hablar de esta parte de la historia de Chile son ustedes. Sentí que les debo la escucha de lo que ustedes vivieron y que yo no viví. Hay muchas cosas que no sé de sus vivencias y se me ocurrió que nos podríamos tomar un algo el sábado y conversar, como primos hermanos que somos. ¿Qué les parece? Un abrazo, Adolfo". La respuesta fue inmediata y positiva.

Fuimos a un restaurante italiano cercano al centro de Santiago, pedimos un buen vino y comenzó un relato poderoso, cuidadoso, peligroso, miedoso, vergonzoso y, en ocasiones, maravilloso. Fue increíble descubrir, después de tantos años, las vivencias, las circunstancias que ellos pasaron la noche del golpe y las semanas siguientes hasta el día en que ese avión dejaba atrás Chile con rumbo a Italia. Fue definitivamente conmovedor escuchar cómo lucharon por su sobrevivencia, viviendo días y noches de incertidumbre total.

Me emocioné escuchando tales relatos, reflexionando y sintiendo lo que ellos vivenciaron. Éramos todos niños entre unos 10 a 14 años, y sus recuerdos en este relato estaban latentes como si hubiese sido ayer.  Paralelamente, sin obviamente el drama y las circunstancias extremas que ellos vivieron, yo les conté la manera en que mi familia y yo nos vivimos el 11, muy cerca de la Casa de Tomás Moro del Presidente Allende.

En una parte de la conversa nuestros relatos se encontraron. Ellos me contaron como la tía había tirado los colchones al piso y les había pedido moverse por bajo el nivel de las ventanas, y dormir, obviamente, en el suelo de su departamento en Puente Alto. Esa misma noche, al otro lado de la ciudad y con los mismos ruidos de balaceras, mi madre hizo exactamente lo mismo con nosotros en nuestra casa de Las Condes.

Fue un encuentro memorable, que tiñó de un emocionar distinto lo que quedaba de ese mes de septiembre. Fue un encuentro en que pudimos conversar sin intención, sin fin, sin necesidad de con-vencer. Fue un re-encuentro entre miembros de una misma familia, de una misma sangre, divididos cuando niños por la incapacidad que tuvieron los principales actores políticos de esa época de resolver sus diferencias sin que llegásemos a los extremos que desafortunadamente llegamos.

Hace 40 años nos faltó voluntad para arreglar nuestras diferencias; nos faltó el deseo de llegar a acuerdos; nos faltó la auto-crítica de reconocer las desigualdades e injusticias existentes en nuestro país; nos faltó empatía y valentía para reconocer las razones del resentimiento y rabia de buena parte de nuestro pueblo; nos faltó visión, humildad y responsabilidad para darnos cuenta que es casi imposible, al menos en democracia, tratar de imponer proyectos políticos que nieguen, descalifiquen, enjuicien y violenten a un porcentaje importante de la población; nos faltó coherencia y espíritu democrático para no estar en el permanente discursos de la negación de quienes, legítimamente, podían pensar distinto; nos faltó respeto por las minorías, base esencial de toda democracia; nos faltó responsabilidad, sobre todo de nuestros líderes, para invitar a calmar ánimos; nos faltó humanidad para considerar vías no violentas de resolver nuestras diferencias, que se alejaran del "Vencer o Morir" revolucionario, de las intervenciones de grupos de extrema derecha y extrema izquierda o del predecible golpe militar; nos faltó comprender que la democracia es "prestada" a los elegidos para que la asuman con responsabilidad ética y con respeto por quienes no votaron por ellos; nos faltó cuidado y voluntad de no simplificar realidades, evitando categorizar y caricaturizar a grupos de personas para meterlas en sacos con características deleznables y, paralelamente, juzgarlas por supuestas conspiraciones, como si fuesen monigotes de poderes fácticos y potencias extranjeras tanto "azules" como "rojas"; nos faltó voluntad de sentarnos a conversar. En definitiva, nos faltó deseos de convivir como hijos de una misma nación, de convivir considerando nuestras legítimas diferencias.


Escribo está líneas hoy porque en mi "ser latinoamericano" me está doliendo Venezuela. Irremediablemente esto que viví en septiembre del año pasado, me lleva hoy a preguntarme si todo lo que nos faltó a los chilenos 40 años atrás, les puede estar faltando hoy a los hermanos venezolanos.

Acorde a las últimas elecciones presidenciales venezolanas, 5 de cada 10 venezolanos están con una u otra postura. Independiente del "bando" en que estén, humildemente les regalaría una pregunta: ¿Desean abrirse a un nuevo emocionar que, en democracia, permita la búsqueda de un con-vivir (por difícil que este sea) en que quepan todos los venezolanos en vez de un con-vencer en que una mitad imponga su "verdad" a la otra mitad?