martes, 25 de junio de 2013

¿Líderes iluminando caminos?




 (Tiempo aproximado de lectura: 7 minutos)

Un amigo coach escribió lo siguiente en su muro del Facebook después de ver el segundo "debate" de los candidatos de la Alianza: "Una característica fundamental de los líderes es que son capaces de ver más allá de lo que vemos la mayoría de las personas, iluminan un camino que antes no existía dentro de lo posible y se enfrentan con los paradigmas que limitan su poder de acción. Ayer vimos todo lo contrario, ojalá nada se mueva, o si es imperativo, que los cambios sean los menos posible, y para justificar esta actitud recurren al miedo". Un amigo de él le contesto de inmediato: "De acuerdo a esto entonces en Chile no existen los líderes."

Ambas miradas me invitaron a reflexionar sobre el rol de nuestros líderes políticos. Y comencé preguntándome si existían tales líderes que "iluminan caminos" en el mundo político. Irremediablemente se me vinieron a la mente nombres de grandes hombres como Gandhi, Churchill, Kennedy y Mandela. Si me remito a Chile en la etapa posterior al gobierno de Pinochet, los presidentes democráticos que hemos elegido, a mi juicio, no caen necesariamente en esa categoría. Quizás él que más, don Patricio Aylwin.

Hoy, nuestros candidatos presidenciales son varios hombres y una mujer de certezas, de certidumbres, de soluciones concretas, de ideas y proyectos que tenderían a solucionar buena parte de nuestros problemas como sociedad. En simple, un candidato presidencial presenta un conjunto de proyectos de todos (o casi todos) los ámbitos de nuestra sociedad en que promete, a través del desarrollo de tales o cuales actividades, procesos y lineamientos, que solucionará parcial o totalmente los problemas y desigualdades que nos aquejan. Eso es un Programa de Gobierno. Se contrastan y comparan los proyectos, cuestionándose, criticándose y descalificando entre ellos las iniciativas que cada uno aporta para mejorar nuestro país. Luego nosotros, los ciudadanos que queremos tener voto en esto de elegir líderes con sus respectivos proyectos, decidimos por aquel político que tenga el proyecto de país que más nos haga sentido acorde a nuestras propias prioridades, criterios, valores e intereses. A la vez, debe haber mucha gente que ni se entera de las propuestas, y termina votando por la fidelidad a la historia política partidista propia o familiar. Y otros, incluso, por aquel líder que considere más confiable y punto. 

Elegido quien sea, debe cumplir (idealmente) con sus promesa y comienza a negociar con las fuerzas políticas que no obtuvieron la presidencia para que les apruebe los proyectos que él o ella considera que serán beneficios para el país. Y allí se forman los dos bandos: Gobierno y Oposición. ¿Oposición? Si. Fuerza política que se opone. Su naturaleza misma es oponerse. Y en la práctica... se opone, incluso si el líder que gobierna es "iluminador de caminos". O sea, caemos en la dualidad del "blanco-negro", del "estoy en lo correcto-tú estás equivocado", del "hay que cambiarlo todo-no hay que cambiar casi nada", etc.

Vuelo a las certezas y las certidumbres, y me preguntó ¿quiénes son estos hombres y mujeres que tienen la capacidad extraordinaria de presentar propuesta que lo solucionan casi todo? ¿De dónde sale tal sabiduría? ¿Qué acceso privilegiado a la verdad (como diría Maturana), a la certeza, a la certidumbre tienen para arrogarse la definición cierta del camino correcto que un país debe seguir? A mi juicio, el liderazgo de "iluminar caminos" (que supone que el líder sabe con certeza el camino a iluminar) hace tiempo que no es la regla, si es que alguna vez lo fue. Es más bien la excepción. Dado ello, me cuestiono si llegó el momento de ir cambiando los paradigmas del liderazgo político que nuestra sociedad requiere. Con los mismos políticos de siempre, nos enfrentamos a problemas nuevos, a contingencias y demandas nunca antes vistas por una sociedad que pide cada vez más participación, que sea escuchada. Nos enfrentamos a fuerzas que rompen los ejes políticos típicos y se convierten en grupos de poder respecto a intereses particulares que no responden a ideologías ni dogmas preestablecidos. Los ciudadanos de España, Egipto, Turquía, Brasil y Chile, entre otros países, se están empoderando para hacer valer sus posiciones, sus opiniones, sus necesidades y no existen, al menos en Chile, estructuras participativas institucionalizadas que los acoja. De hecho, la sola creación de tales estructuras, a mi juicio, les restaría poder a los partidos políticos, lo que convierte esta situación en una paradoja para los políticos actuales. Darle más participación y poder a la gente, es restarse el poder propio.

Vuelvo al eje de mi reflexión y me pregunto, ¿qué pasaría si existiera un líder que no diga que lo tiene todo claro, que no tiene la solución para todos nuestros males, pero que tiene una capacidad que puede superar con creces el tener las certezas y certidumbres de todos aquellos otros líderes que saben a ciencia cierta "EL" camino a seguir? ¿Qué pasarían con un líder que pueda convocar a la búsqueda de miradas globales consensuadas, a "directrices país", a intereses superiores a los muchos veces mezquinos intereses partidarios?

No suelten la lectura... aunque crean que estoy alucinando, ya que quiero dar un par de ejemplos de mi mirada que hoy ya es realidad. Hace unos días atrás vi una foto en que el Ministro de Relaciones Exteriores, Alfredo Moreno, se reunió con políticos del más amplio espectro quienes le brindaron su apoyo a la gestión del gobierno en relación a los temas de diferendos existentes con nuestros vecinos del norte. Hay un intereses superior que se llama "Soberanía Nacional" en que todos se ponen de acuerdo, no teniendo necesariamente que ser así (yo, por ejemplo, priorizaría la buena vecindad y evaluaría alternativas para que se concretara). A esto le llaman "Política de Estado". Esta misma política es la que genera que el Banco Central y la Contraloría sean independientes en su actuar del gobierno de turno. Escuchaba hace poco que existe iniciativas para que ocurra lo mismo con Corfo y  Sernac, y con el vilipendiado INE. Es decir, se puede. Definiendo un objetivo superior, que es el país y sus intereses permanentes, no coyunturales, se puede.

Para que ello ocurra, a mi juicio, necesitamos líderes con menos certezas y certidumbres en la táctico. Menos líderes que se ya sepan que es necesario subir o bajar un tanto por ciento de impuesto a empresas o personas, sino hemos tenido la conversación poderosa de qué priorizar con el uso de tal dinero. Menos líderes que tengan la solución correcta de cómo se financia la educación, sino hemos tenido la conversación poderosa de qué tipo de educación queremos para nuestros hijos, qué tipo de educación necesita nuestro país para los próximos 30 años. Menos líderes que estén a favor o en contra de un determinado proyecto hidroeléctrico, sino hemos tenido la conversación poderosa de cómo nos haremos cargo de nuestro crecimiento energético cuidando nuestro medio ambiente.

Necesitamos líderes cuya mayor certidumbre sea la capacidad de buscar colaborativa y participativamente consensos. Es decir, líderes que no sepan necesariamente el único camino correcto, sin embargo, que sean capaces de crear contextos emocionales y conversacionales que abran espacios para la creación conjunta de nuevos caminos. ¿Tendremos este tipo de liderazgo entre nuestros candidatos?

Un abrazo, Adolfo


Ps. En la misma línea de lo escrito, leyendo a Maturana en el libro del Sentido de lo Humano, extraigo de allí párrafos sobre el observador que él es del mundo de la política:

"En democracia, las distintas visiones políticas y espirituales deberían operar como distintas visiones que permitan darse cuenta de distintas clases de errores en la realización del proyecto común que es la realización democrática de un país; pero cuando las distintas visiones políticas y espirituales se constituyen en ideologías, pasan a ser un riesgo para la convivencia social. Siempre son espacios patológicos porque sus adeptos generan dominios de negación del otro cuando el otro no está de acuerdo con ellos, y no admiten la conversación. Así, los encuentros de personas con distintas ideologías se transforman en luchas eternas o se resuelven por la negación total de uno a otro.  Los desacuerdos ideológicos nunca generan conversaciones, ni son oportunidades para decir algo nuevo, sólo son ocasiones en las que se busca obligar al otro a entregar su obediencia o su negación total."

"Si se comenten errores en democracia no es grave, precisamente porque en ella se admite el error como posible, y porque se admite que se pueda corregir. De hecho el error surge en la reflexión que señala que el rumbo que se sigue no lleva al fin deseado, lo que permite cambiar la dirección de acción. Los regímenes o sistemas democráticos pueden cometer errores, las dictaduras "no cometen errores", y no los cometen precisamente porque no tienen espacio de reflexión. En una dictadura los miembros de la comunidad no pueden ni siquiera invitar a la reflexión. Cada vez que algo no funciona el argumento es que "no hemos hecho bastante de lo mismo, por eso aún no funciona".

"La Democracia es un espacio de convivencia en el cual todo los asuntos de la comunidad son públicos, es decir, accesibles a la mirada la reflexión, a los comentarios, a las proposiciones y decisiones de acción de todos los miembros de la comunidad, de modo que nadie pueda apropiarse de ellos. En democracia, los mecanismos de elecciones de autoridades transitorias existen con el propósito de evitar la apropiación de los asuntos de la comunidad y mantenerlos de hecho públicos. La democracia no es el gobierno de las mayorías, ni surge así. La democracia es una forma de vida política que crea espacios de conversaciones y participación para todos los miembros de la comunidad que la adopta."

"La democracia no es cuestión de poder, sino de colaboración en la realización de un proyecto nacional y eso exige educación, educación cívica."

jueves, 6 de junio de 2013

Un Derecho Humano más y Cumpleaños.



(Tiempo de lectura aproximado: 7 minutos)

Y allí me hallaba yo, inmóvil, sin mover un músculo, un pelo, en silencio absoluto y sin percatarme de nada de lo que ocurría a mí alrededor, con la mirada fija en mi primo Polo. A mis 9 años, creía a ciencia cierta que todos nosotros crecíamos, literal y físicamente, crecíamos en el día de nuestro cumpleaños. Era el octavo cumpleaños de mi primo y  yo estaba a punto de presenciar cómo crecería de un minuto a otro unos cuantos centímetros. Pasaron bebidas naranjas y oscuras, galletas de todo tipo, dulces, serpentinas, cornetas, gorros y torta coronada con velas que fueron exitosamente sopladas, acompañada por la canción que más se canta en el mundo día a día y… absolutamente nada del aumento de la estatura de mi primo. Ni un recontra mínimo centímetro. Ni un movimiento raro, ni una estirada visible… nada de nada. Que decepción más grande. Me pregunté si de pronto crecería justo cuando se fuese a acostar. O si ya había crecido cuando despertó. No había respuestas a esas preguntas que me hacía a mí mismo, así que finalmente solté y me incorporé a pasarlo bien en el cumpleaños con todos los niños allí presentes, sin darle más vuelta al asunto.

De toda lógica era para mí esa creencia, como la de mi hermano Jorge que creía que las vacas café daban leche con chocolate y las blancas daban leche blanca. O la de mi hermana Luz María que creía que cada uno de nosotros tenía un número limitado de palabras que se podían pronunciar durante nuestra vida, por lo que se preocupaba de hablar lo justo e inteligentemente necesario. Mi amigo Enrique creía que el diario traía las noticias de los sucesos que iban a ocurrir, ya que no tenía ninguna lógica que contara lo que ya había ocurrido. Alejandro, creía que su existencia no era tal; se imaginaba que todo era ficción y que él en realidad no existía. Marcos creí que era inmortal, que la vida era tan bella, que no había para qué morir. Mónica creía que la música que sonaba en la radio era de cantantes y bandas que tocaban en vivo, por lo que le costaba entender cómo podía haber tanta gente en la radio durante todo el día. Mi hija Natalia creí que los actores cuando se morían en las películas, de verdad se morían; viendo una vez Titanic, le dieron muchas ganas de ir a rescatar a Leonardo Di Caprio al fondo del mar. Mi otra hija, Tamara, creía que cuando se hacía una película que contaba la historia de un personaje, la película se iba filmando con el mismo actor que crecía desde niño a adulto, por lo que tomaba años filmarla. Por ahí leí de un niño que creía que el mundo antes era en blanco y negro, dadas las películas antiguas que veía y que un día comenzó a ser en colores. Yo también creía que para tener hijos definitivamente la pareja debía estar casada, por lo que por años no entendí cómo esa tía había tenido ese niño no habiéndose casado nunca. Y obvio, no le pregunté a nadie para salir de mi duda.

Volviendo al “crecer en el día de cumpleaños”… un buen día se esfumo esa creencia, por falta de evidencia empírica y se durmió en algún pasillo en que se hospedan los recuerdos más inverosímiles de nuestro maravilloso cerebro. Hasta hace poco que lo volví a recordar y además, a relacionar  con lo que estoy viendo y reflexionando en el Magister con el Doctor Maturana.

Escuchaba una entrevista a un candidato presidencial, que también lo fue hace cuatro años atrás, y el periodista (inquisitivo pero "en mala") lo tenía acorralado, insistiéndole que le explicara a él y todo los televidentes cómo era posible que en su programa de gobierno actual hubiese propuestas que no había en el programa de gobierno de su primer intento de ser primera autoridad de nuestro país. Me llegó a molestar la actitud del periodista (situación que me está ocurriendo muy a menudo con esos profesionales, con contadas excepciones). A la vez, hacía fuerzas para que el candidato respondiera algo así como: "sencillamente porque hoy veo que la situación del país requiere estas iniciativas, lo que no creía 4 años atrás". Nop... no respondió eso. Se dio más vueltas que Alexis Sánchez y al final no dijo nada.

Situaciones similares a estas ocurren en el mundo político, organizacional y en la vida misma. Se cuestiona abierta y drásticamente si alguien ha dicho algo en un tiempo pasado "x" (que haya quedado grabado, escrito o sencillamente en la memoria colectiva o individual de un otro), y hoy tenga "la osadía", "la irresponsabilidad", "la falta de coherencia" de pensar distinto. Me cuestionaba el porqué se juzga de esa manera el que una persona pueda cambiar de opinión. Y lo único que me hace algún sentido, es que si es un político, por ejemplo, estos cambios de opiniones pueden significar a ojos de la opinión pública, del periodismo y de, finalmente, los potenciales votantes, que el sujeto no mantiene sus opiniones. Desde allí, se hace poco predecible en sus conductas y acciones, y por consiguiente, poco confiable.

Así las cosas, por todos lados (en particular en las redes sociales) hay quienes se dedican a buscar qué dijo en el pasado tal o cual candidata o candidato para confrontarlo con lo que pueda estar diciendo hoy. Para "solucionar" este supuesto problema de falta de coherencias y confianzas, habría que determinar una fecha, un "timming", un día definido en que uno pueda decir: "Ya, estoy listo. Sé todo lo que necesito saber. Tengo mis convicciones debidamente clarificadas, junto con mis visiones del mundo y caminos a seguir. Y de aquí para adelante voy a mantener mi opinión en todo, como ciertamente corresponde." Obvio que no sucede así. Los más cercano que les ocurra así, a mi juicio, son quienes siguen sólida y disciplinadamente tendencias y doctrinas ideológicas, políticas, filosóficas, religiosas, y otras en que los patrones de conductas, valores y opiniones están ya debida y férreamente "institucionalizadas".

Todos, sin excepción, hemos ido cambiando nuestras creencias en la medida que vamos creciendo, que vamos siendo nuevos observadores de la realidad, realidad que cambia minuto a minuto, hora a hora, día a día. Y si bien hoy me puedo dar cuenta de esta "no certidumbre de mis conoceres", tengo que reconocer que hubo un tiempo en que mis convicciones eran férreas e invariables, que sabía todo lo que necesitaba saber para desempeñarme personal y profesionalmente bien. Que arrogancia y, a la vez, que ignorancia.

En la primera semana presencial del Magister, Ximena y Humberto, nos dicen que ellos están proponiendo los Derechos Humanos treinta y uno y treinta y dos. Mi primer asombro, desde mi mayor ignorancia, fue que no tenía idea que existen 30 Derechos Humanos. Treinta. Quienes estén tan asombrados cómo yo, pueden verlos en el siguiente link: http://www.un.org/es/documents/udhr/

Ellos plantearon los dos nuevos Derechos Humanos que están proponiendo para la humanidad:
         31. Derecho a equivocarnos.
         32. Derecho a cambiar de opinión.

Volveré al número 31 algún día en este blog. Y el 32 me encantó, sencillamente me encantó... y además, siento que no hace tanta falta en este país, sobre todo en estos momento de agitadas aguas políticas y sociales.

Termino con dos ideas. La primera es que escuchando un programa deportivo en ADN radio, los muchachos estaban hablando cómo el nuevo entrenador de un equipo grande de Chile, había cambiado de opinión sobre un tema "x". Allí, uno de los conductores cito una frase que dijo que era de Caszely, que decía: "No tengo porque estar de acuerdo con lo que he dicho". Sutil y brillantemente fantástica la frase. Siempre ha sido "clever" Carlitos C.

Sería interesante, que literal o metafóricamente, nosotros los adultos volviéramos a clases. Buscar el conocer, declarando ignorancias e incertidumbre en nuestro devenir, desterrando dogmas, nos daría permiso a poder cambiar de opinión cuando la situación, los tiempos y las coyunturas lo ameriten. Y desde allí, decir con propiedad:

"No tengo porque estar de acuerdo con lo que he dicho".
Al final, de verdad se crece en el día del cumpleaños.

Hasta la próxima,
Adolfo