Me quedé reflexionando sobre lo dicho cuando surgió
este intercambio de miradas, opiniones, versiones e incluso acusaciones entre
dos figuras de nuestro mundo intelectual chileno como son el Dr. Humberto Maturana y Rafael Echeverría. No puedo negar que sentí un grado no menor de incomodidad en lo sucedido. De alguna manera lo hice mio. Debe ser porque he sido aprendiz de
ambos maestros. Sus lecciones ya son parte de mi vida, tanto profesional como
personal (como si la vida se pudiese fragmentar así). Un tercer
maestro me mostró el cómo aproximarme a esto que tanto me incomodaba.
Hace tan solo unos días atrás murió el filósofo,
escritor y experto en semiótica italiano, Umberto
Eco. Hay personas que han sido invisibles en mi vida, hasta que, con fuerza,
dejan de serlo. Y cuando aparecen, comienzan, en el grado que yo le dé
autoridad, a convertirse en mis nuevos maestros. Me ocurrió el noviembre del
2005, a mis cuarenta y tanto, cuando “descubrí” a Carl Jung. Desde entonces ha
sido un gran maestro, sencillamente brillante el hombre. Y ahora me ocurre, a
mis cincuenta y tanto, con Umberto Eco.
Mientras surgía la polémica entre Maturana y Echeverría,
estaba terminando de leer el libro ¿En qué creen los que no creen? Este
libro, más que un libro en su forma tradicional, es un intercambio epistolar,
un coloquio epistolar, tal cual lo definen ellos mismos, sus “autores”. El ya
presentado, Umberto Eco, se intercambia cartas (a través de la revista "Liberal")
con el padre jesuita, rector de la Universidad Gregoriana y, en ese entonces
(fines del siglo pasado) arzobispo de Milán, Carlos María Martini. En ellas nace, a mi juicio, un maravilloso
fluir de ideas, cuestionamientos y reflexiones sobre temáticas diversas de las
miradas de los laicos y de los creyentes, en este caso mayoritariamente la
mirada de los creyentes católicos.
El primer borde que me gustó distinguir fue la argumentación
de Eco referente a qué significa que un laico opine sobre materias
concernientes a una religión y viceversa. No menor el tema, ya que mi
experiencia me ha demostrado en muchas ocasiones que cuando los laicos opinan
sobre las normas, valores, costumbres, responsabilidades e incluso reglas que
“impone” una religión a través de su estructura, la Iglesia (en el caso de los
católicos), lo hacen desde una oposición drástica y muy crítica. Me explico. Un
laico puede estar muy en desacuerdo que la Iglesia defienda el derecho a la vida,
oponiéndose al aborto, por ejemplo, o que se oponga al divorcio, o al
matrimonio entre homosexuales. Sin embargo, más allá de su total, abierto y
legítimo descuerdo, tendrá que reconocer que él o ella no pertenece a tal
religión (por decisión propia) y que es del todo justo respetar a quienes si
pertenecen a tal comunidad y creen en lo que creen, también teniendo la
libertad de dejar de pertenecer y, por tanto, dejar de creer. El límite está
definido en los ámbitos en que los representantes de tal religión (y sus
seguidores) comienzan a imponer a los no creyentes sus propias creencia, con
las consecuencias de no sumarse a ellas, como lo que está ocurriendo con los
musulmanes extremos.
El motor de la conversación entre estos señores, en lo que a
este, mi escrito, se refiere, toma cuerpo con la siguiente pregunta que aporta
Umberto Eco: Si existe una visión de
esperanza que pueda ser común para creyentes y no creyentes, ¿en qué se
basaría? Carlos María Martini invita a la reflexión con otro par de preguntas:
¿Cuál es el fundamento último de la
ética para un laico? ¿Qué tipo de justificación última dan a su proceder?
Te invito a detenerte aquí, a que no sigas leyendo. Te
invito a que te quedes “pegado” un momento en estas tres preguntas, que las
vuelvas a leer y comiences a esbozar tus propias respuestas.
Me imagino que más de alguno se habrá cuestionado la
pregunta del arzobispo, ya que, al menos a mí, me invitó a preguntar cuál es
fundamento último de la ética del creyente. Aquí se vuelve aún más
interesante la reflexión ya que entra en juego la Trascendencia en el caso de los creyentes, cosa que no
necesariamente se da en los laicos. El
creyente hace referencia en su creer en lo Absoluto,
a principios metafísicos y a misterios trascendentes que definen valores universales dentro de su
religión, que dan fundamento a acciones y conductas éticas. El creyente cree,
sin cuestionarse el porqué cree. En el caso de los católicos, creen en una
moral revelada por la figura de Cristo que da un ejemplo en vida a seguir: en
el amor al prójimo, en el perdón a sus enemigos, en la solidaridad. El creyente
se siente observado y acompañado por su Dios y como tal, sabe que en la
trascendencia de su creencia y de su existencia puede merecer premio por una
vida recta, como castigo por un actuar indebido.Y si actúa mal, siempre puede
pedir perdón, que ante su Dios misericordioso, lo más probable es que lo
obtenga. Cabe destacar, al mencionar todo esto, estoy pensando en todos los
creyentes católicos que siguen su fe bajo los imperativos morales que adhieren (mi
madre por ejemplo); no en quienes han hecho muy mal uso de su autoridad
eclesiástica para cometer delitos despreciables, como tampoco en la Iglesia
histórica que justificó atrocidades sobre sus mismos seguidores como sobre los
no creyentes.
En el caso del laico, al no existir un Dios al que seguir,
el escrutinio de su conducta no será juzgado desde “arriba” y la manera de
encontrar el perdón (si lo desea) será a través de la confesión pública. Ante
la ausencia de un Dios, lo que da sentido al ser humano es el reconocimiento de
otros seres humanos, el consuelo se encuentra acá en la Tierra. Sin
reconocimiento no existe humanidad. Sin reconocimiento por otros seres humanos,
no nos sentimos, no nos constituimos como humanos, seres de una misma especie.
Volviendo a la pregunta del arzobispo, el fundamento último
de la ética para un laico podría estar dado en el amor que entrega a otros y en
el amor que recibe de otros (y digo "podría", y no “está dado”, porque es más una
invitación a reflexionar que una afirmación certera). Es decir, la dimensión
ética en un no creyente surge en la medida que surge un otro, en la medida que
toma conciencia de un otro, cuando efectivamente entran en escena los demás
seres humanos. De allí, me surge que toda conducta reñida con la ética tiene
como fundamento el no querer ver a los demás,
el no desear ver las consecuencias de sus acciones sobre los demás. Esa misma conducta ética estará construida en lo que cada persona
desee validar de sí mismo, en el cuánto estará aceptándose, reconociéndose como
un ser humano recto en su actuar, uno que no tiene conflictos con su propia
conciencia.
Carlos María Martini evoca a la Dignidad Humana (así con mayúscula), a ser seguida por creyentes y
no creyentes como un fundamento ético universal, entendiéndose por ello: “no usar nunca a los demás como instrumento,
respetar en cualquier caso y constantemente su inviolabilidad, considerar
siempre a toda persona como realidad indispensable e intangible”.
Umberto Eco trae a la palestra un cuestionamiento, a mi
juicio, precioso: ¿Existen los Universales
Semánticos? Él los define como nociones elementales comunes a todos los
seres humanos que pueden ser expresadas por todas las lenguas, por todas las
razas. Eco lo manifiesta textualmente de esta manera:
“Todas las culturas
tienen una noción común que hace referencia la posición de nuestro cuerpo en el
espacio. Poseemos concepciones universales acerca de la constricción: no
deseamos que nadie nos impida hablar, ver, escuchar, dormir, tragar o expeler,
ir a donde queramos; sufrimos si alguien nos ata o nos segrega, si nos golpea,
hiere o mata, si nos somete a torturas físicas o psíquicas que disminuyan o
anulen nuestra capacidad de pensar. Base para una ética universal: debemos
respetar, ante todo, los derechos de la corporalidad ajena, entre los que se
cuentan también el derecho a hablar y a pensar”.
Volvemos, desde la mirada de ambos, tanto de la Dignidad
Humana como de estos Universales Semánticos, a la noción de validar a cada ser humano que tenemos
en frente, de, como bien dice el Dr. Maturana, legitimar a otro como un legítimo otro. De legitimar su ser y su estar siendo, su
historia, sus dolores, sus aspiraciones, sus alegrías, sus temores y sus deseos.
Insisto, nuestra humanidad se valida como humanidad en la medida que existe
reconocimiento entre nosotros, como miembros de una misma especie, que legitima
la dignidad humana y valida esos universales semánticos. Es sólo desde allí,
desde dónde puede existir un actuar ético, independiente de si somos creyentes
o laicos.
Ximena Dávila y Humberto Maturana lo traen precisamente a
colación en su nuevo libro del Árbol del Vivir:
¡Vivimos Ciegos!
Y no es que no veamos, sino que simplemente no vemos-sentimos lo que
otros ven-sienten.
Coincidentemente, el año pasado me “tope” con Ubuntu, una filosofía africana que
dice, en muy simple, que somos parte de una gran familia humana, hermanos que
viajamos juntos en este planeta llamado Tierra. En la práctica, esta filosofía
se traduce en lo siguiente cuando dos seres humanos se encuentran. Uno se acerca
al otro y le dice “Sawa bona” (Te veo) a
lo que el otro hombre o mujer responde “Sikhona” (Entonces yo existo). Con este sencillo saludo e intercambio, ambos
seres humanos se hacen presentes para ellos mismos, se conectan y reconocen
como partes de un todo mayor: "Soy porque nosotros somos"
¿Cómo relaciono la entrevista que le hacen al Dr. Maturana (“El Enojo de Maturana: Yo no tengo nada que
ver con el Coaching”) con el libro que acabo de describir de Eco y Martini?
Me surge la ética como la base y
fundamento de lo que cuestiona el doctor en referencia tanto a su relación
inicial con Echeverría y luego al cuestionar firmemente al Coaching Ontológico.
Sin embargo, el cuestionamiento ético esta dado por la falta de validación y de
legitimación del otro, como bien lo describen Eco y Martini. Por un lado, siento yo, Maturana no se siente legitimizado por Echeverría, en todo el episodio de la
entrega de sus conocimientos e ideas, que a juicio del doctor, Echeverría utiliza
no éticamente.
Más relevante aún, para mí que desarrollo actividades de coaching,
es el cuestionamiento al Coaching Ontológico que hace el doctor. En palabras
textuales de Maturana:
“El riesgo de los actos del habla es que los puedes
transformar en instrumentos de manipulación, más que en responsabilidad de tu
quehacer. El “coaching ontológico” ha terminado en un modelo donde la persona
desaparece. Se erige como un manual con los pasos a seguir”.
Al leerlo por primera vez, me saltaron los conceptos “del
modelo y de la técnica”, porque lo he visto en el ejercicio de mi profesión que,
en ocasiones, hemos dejado de ver a los seres humanos a los que servimos. Me
uno a la crítica del Don Humberto al cuestionar que la técnica o el proceso, a
veces, hace desaparecer a la persona que estamos supuestamente sirviendo. Sin
embargo, no generalizo, porque no me consta que así sea así siempre. De hecho,
en mi caso, busco definitivamente ver (legitimar, validar) a la otra persona.
Y justo aquí me surge una enseñanza del mismo Dr. Maturana: “Todo ser
se materializa en un hacer”.
Si se me define como un ser generoso, cabe preguntarse qué acciones y conductas
generosas validan ese “ser” generoso, qué “hacer”
me constituye en generoso. En la misma línea, la invitación es a cuestionarnos
qué acciones, qué haceres nos constituyen en un “ser” coach. Desde allí, el
“Coaching Ontológico” no es un en sí. Es lo que cada coach ontológico desee que
sea su quehacer cómo coach. Depende de cada coach (ser humano a servicio de
otro ser humano) si desea que la persona aparezca o prefiere “pasar la materia”
de la técnica, del cómo, de los actos del habla.
Invito a este texto a otro maestro, Juddi Krishnamurti. En el primer tercio del libro del psicólogo
argentino Juan Magliano, “La empresa sin miedo”, se trascriben
las conversaciones de Krishnamurti con un grupo de CEOs de multinacionales que
son invitados a reflexionar en la India con el maestro. Me llamó la atención,
entre muchas preciosas conversaciones, cuando uno de los CEOs le pregunta al
Krishnamurti qué hacer cuando él se da cuenta que está manipulando a su gente.
Krishnamurti le responde: “Si pregunta
“¿Cómo hago?”, esté buscando un método, ¿verdad? Su intención es tener a mano
una herramienta que lo ayude a solucionar este problema. Si lo desea evitar,
buscará un método destinado a eliminar esa imagen incomoda. Pero, si quiere
comprender qué significa para usted manipular a otros a través del miedo,
tendrá que observarlo a medida que surge en usted al relacionarse con sus
colaboradores. Se trata de observar todo eso sin desear nada, sin criticar, sin
condenarse, sin auto-proclamarse “manipulador”, de modo que su única intención
sea comprender”.
Nuevamente, todo actuar ético tiene que ver con legitimar a
un otro, con verlo, con hacer que exista en la medida que es visto. Así,
Krishnamurti también juzga la técnica, el cómo. No se requiere nada para no ser
manipulador, sólo el deseo de no serlo. No se requiere técnica para ver a un
otro, sino sencillamente el deseo de ver a ese legítimo otro. Y allí, la
técnica, el proceso y su resultado pasan a ser secundarios. Mientras no exista
una transformación en el deseo de convivir, en el deseo de un ser humano
(muchas veces jefatura) de ver a otros seres humanos (muchas veces sus
subordinados y colaboradores), en un “Metadeseo” personal y organizacional
mayor, los procesos de coaching pueden fácilmente caer en pozos vacios.
Todo este “intercambio epistolar” entre Maturana y
Echeverría me llevó a reflexionar y a cuestionarme quién estoy siendo yo en
relación a mis maestros y mis aprendizajes, en particular a Maturana con quien
tuve la fortuna de estudiar estos últimos dos años y medio. Krishnamurti me
regalo una buena pista. “En el momento
que siguen a alguien, dejan de seguir a la Verdad”. En mi caso, MI verdad. En
el tuyo, TU verdad. Estamos siendo una buena, sana y equilibrada mezcla de los
maestros que hemos tenido en nuestras vidas, proceso que nunca termina.
Hoy me doy cuenta que lo que me incomodó profundamente de
este intercambio de miradas (por decirlo gentilmente), fue que yo mismo me
sentí inclinado a tomar partido, a validar un “bando”. Y me pregunté ¿bajo qué criterio se
puede hacer eso? ¿Cuestionando el parecer y actuar ya “histórico” de uno u
otro? Me pregunté por el sentido de lo dicho por el doctor. ¿Para qué dijo lo
que dijo? ¿Desde qué emoción lo dijo? ¿Por qué tantos años sin saldar estos pendientes?
¿Por qué tanta generalización que no legitima a muchos coaches que hacemos
nuestro trabajo éticamente?
Me cuestioné también lo ético de hacer públicas conversaciones
privadas, involucrando incluso a terceros, como lo hizo Echeverría al mostrar
los correos entre ambos y más aun, publicarlos en su web de Newfield
Consulting. ¿Qué luz, qué señal da a nuevos interesados en certificarse como
coaches en una escuela que publica lo privado, además ni siquiera de manera
personal, sino que lo institucionaliza? ¿Desde qué emoción se hace eso? Se me
vivieron a la mente todas las riñas y desencuentros históricos con Olalla y
Flores. ¿Cómo moverse en ese mundo sin el brutal ego de los gurus? ¿Cómo ser
congruentes con lo que predican en sus conferencias ante tantos seres humanos
ávidos de guías emocionales y espirituales, que posean comportamientos éticos?
Al final, son seres muy humanos, como tú y yo. Siento que
les faltó humildad e incluso capacidad de perdón, deseos de convivir en un
espacio en que caben todas las miradas. Es por ello, que considero irrelevante
incursionar quién es el “dueño” de tal o cuál distinción, como si el
conocimiento y el entendimiento pudiesen tener propietarios.
Al final, me parece mil veces más sano, alejarme de esa
discusión. Yo soy Facilitador de
Contextos, labor que desarrollo con mi estar siendo “coach”, como también mi
estar siendo “biólogo-cultural”. Lo poderoso, a mi juicio, es no atarnos a los
títulos ni a las profesiones, porque en el momento en que lo hacemos “cosificamos” nuestras disciplinas y caemos en
el apego a “gurús”, a verdades y teorías que nos impiden ser nosotros mismos,
en la libertad y autonomía de seguir nuestro propio camino en el servir. Prefiero,
desde allí, traer a la mano (desde el observador que soy) las enseñanzas, lecciones,
reflexiones y sabidurías de, entre otros, Echeverría, Flores, Olalla, Varela,
Dávila, Eco, Jung, Krishnamurti y, definitivamente, Maturana. Nadie sobra,
todos aportan y, por ello, los valido a cada uno de ellos como mis maestros.
Termino trayendo una frase del escritor italiano, Italo Mancini, de su libro El regreso de los rostros. -
Nuestro mundo, para vivirlo, amarlo, santificarlo, no nos viene dado
por los eventos de la historia o por los fenómenos de la naturaleza; nos viene
dado por la existencia de esos inauditos centros de alteridad que son los
rostros, rostros para mirar, para respetar, para acariciar.
En la medida que tengamos presentes los rostros de otros (como también el rostro de nuestra biosfera),
nuestros actuares serán éticos ya que tomaremos conciencia de nuestros actos y
cómo ellos afectan a otros, ya sea en las grandes políticas de Estado, en la
aplicación de una técnica como el Coaching (sea ontológico o no), en el
convivir laboral, con nuestra pareja, con nuestros hijos e incluso en el
convivir diario con nosotros mismos. En resumen, una invitación a descubrir la “alteridad”.
1 comentario:
Hola:
Bien interesante su artìculo. Jung al ver la cantidad de seguidores que tenìa y que ya habìan alzado vuelo dijo en una oportunidad: "Yo soy Carl Jung, no soy junguiano".
El enfoque en el otro es la clave del coaching, desde la mirada y la escucha càndida, comienza a nacer la identidad del otro en nosotros y no la interpretaciòn que damos del otro desde nuestro prejuicio. El amor al otro es el fundamento ètico, como usted resalta o como señala de Maturana a partir de la legitimaciòn del otro, su derecho a ser a pensar a hablar a actuar ùnico y personal.
Tambièn es importante el tema de divinizaciòn del ser humano, en donde se sustituye el "yo soy" por el "yo sè", que tambièn afecta el mundo religioso y por eso es importante la idea de "Iglesia" como parte del cuerpo mìstico de cristo y en que el soporte ètico es el amor y la paz, desde los cuales construimos nuestra vida y destino; y la "iglesia" jeràrquica que esta constituida por seres humanos tan santos y pecadores como los que no formamos parte de ella y que tambièn piensan, sienten y buscan respuestas, pero que a veces pueden entronizarce en el "yo sè" y no en el "yo amo". Por esto es importante la invitaciòn de Francisco a la misericorida, ese lente es el que nos permite ver corazones y nos reta a tocarlos, abrigarlos, amarlos...
Uso el sìmil de la iglesia que se asemeja a las "escuelas"
Un abrazo y siga reflexionando y pidièndonos hacerlo.
Gonzalo Pèrez Petersen
Publicar un comentario