Cultura Patriarcal explicitada. |
(Tiempo aproximado de lectura: 14 minutos)
Para el día Internacional de la Mujer, subí a Facebook una imagen en que saludábamos a las mujeres validando la necesidad de una mayor "Energía Femenina". Mi amiga Alejandra Gallo, al ver el saludo, me escribió recomendándome un libro que, a juicio de ella, me haría ver las cosas desde un punto de vista completamente distinto respecto a lo masculino y lo femenino. El libro se llama El Cáliz y La Espada (Nuestra Historia, Nuestro Futuro), escrito por la antropóloga de la Universidad de Princeton, Riane Eisler. Comprándolo, me di cuenta que el prólogo había sido escrito por Humberto Maturana. Tenía una razón más para leerlo. Ya en casa, con marcador amarillo en mano, entré de lleno en la lectura y quedé sorprendido con el sólo prólogo.
Hace tiempo que le
venía dando vuelta a cómo hemos ido evolucionando los seres humanos, cómo hemos
ido construyendo, creando y constituyendo nuestra "humanidad",
respecto a la manera en que hemos ido conviviendo entre los distintos niveles
de armonía y respecto por un lado y los distintos niveles de humillación y
violencia, por otro lado. Y desde allí, me había preguntado si los seres
humanos, realmente, hemos ido madurando en nuestro convivir, si acaso hemos ido
aprendiendo a ser menos violentos unos con otros, a valorarnos y respetarnos
más. Al analizar nuestro devenir histórico, social y político, pensaba que efectivamente
lo hemos hecho, ya que nos hemos mudado desde sociedades en que la violencia, la humillación, la apropiación por la
fuerza de lo ajeno, la imposición de valores y creencias como dogmas y la poca
valoración por la vida de un otro eran "la norma", a sociedades en
que hemos ido valorando el convivir y, conscientemente, aceptando nuestras
diferencias y, consecuentemente, desterrando tanta violencia. Esta mirada suponía
que nuestro genero de seres humanos ha ido evolucionando de una especie que
desde un comienzo de nuestra historia validó y utilizó la violencia como un
modo de relacionarnos con otros, a seres humanos que han ido, cada vez más,
aprendiendo a convivir bajo una mayor mirada de respeto hacia otros, aunque aún
teniendo un largo camino que recorrer.
En el mismo prólogo del libro me
comencé a dar "alcachofazos" relevantes para mis propias inquietudes
y reflexiones. Comencé a ponerle nombre a lo que me había estado dando vueltas
y vueltas, además de ampliar mi mirada sobre esta latente evolución de nuestra
humanidad que sustentaba mi entendimiento. Maturana comienza describiendo el
tipo de cultura en que estamos insertos hoy, sobre todo en nuestra sociedad occidental:
"La cultura patriarcal a la que pertenecemos se caracteriza en la
valorización de la guerra y la lucha, en la aceptación de las jerarquías, la
autoridad y el poder, en la valorización del crecimiento y de la procreación, y
en la justificación racional del control del otro a través de la apropiación de
la verdad. Así, en nuestro conversar patriarcal estamos en guerra contra la
pobreza, luchamos contra el hambre, respetamos la jerarquía del saber, el
conocimiento nos da autoridad y poder, el aborto es el crimen más grande y los
problemas de la humanidad se resuelven con el crecimiento económico y el progreso
tecnológico que nos permite dominar y someter a la naturaleza. En la cultura
patriarcal el tono fundamental de las relaciones humanas está dado desde el
sometimiento al poder y a la razón en el supuesto implícito de que poder y
razón revelan dimensiones trascendentes del orden cósmico natural a las que el
ser humano tiene acceso, y que legitiman, de manera también trascendental, su
quehacer en el poder y la razón."
Terminado de leer ello, pensé en la excelente descripción en pocas líneas de nuestra cultura hoy en día. Y a la vez, me pregunté de qué manera yo he cuestionado este modo de ser y de vivir, o si sencillamente, "me lo compré" como algo ya dado, invariable. Me di cuenta que he crecido, habitado,
trabajado y convivido bajo esta cultura patriarcal sin cuestionarla mayormente desde
sus bases, adaptándome de la mejor forma posible a la "manera correcta de
ser y de hacer" bajo ella. De hecho, hoy pienso que la carrera que estudié, Ingeniería
Comercial (junto probablemente con Leyes), debe ser la profesión que más
"conversa y valida" esta cultura.
En los días posteriores a esta lectura, comencé a "ponerle nombre" a mucho de lo que observaba a mi alrededor que caía bajo este paraguas patriarcal: las conversaciones imposibles, sin escucha y sin respeto de nuestros políticos; el "acceso privilegiado" a la verdad que cada candidato presidencial posee, lo que lleva, irremediablemente, a negar al candidato del lado; la manera de abordar nuestras legítimas diferencias, no a través de conversaciones colaborativas y de posibilidades, sino a través de medios de fuerza ya sea de quién sustenta autoridad o de grupos sociales de los más variados ámbitos e intereses, que si no reciben el 100% de lo que piden abren, sin inconvenientes, vías agresivas y violentas de expresar sus diferencias y exigir sus demandas pasando a ser actores y reflejos perfectos del sistema de poder, conocimiento y fuerza que desean modificar o erradicar; al dolor y miedo existente en muchas personas que trabajan en empresas e instituciones, organizaciones que son gestionadas en forma jerárquica y autoritaria, justamente a través de provocar miedo como un medio para la obtención de resultados; al sistema económico que nos lleva a tener presente nuestras carencias (reales o ficticias) para así poder consumir y desde allí crecer y obtener utilidades, no importando si los medios justifican el fin; a las clases de historia que se imparten en nuestros países inculcándonos desde pequeños tener una mirada al pasado que nos separa; a los mensajes patrióticos que muchas veces se basa en la descalificación y negación de países vecinos a través de la validación de nuestras "realidades" históricas que no nos ha permitido un convivir basado en el respeto mutuo con todos con quienes tenemos fronteras comunes; a un sistema educativo que persigue la creación de profesionales que busquen el obtener más, el lograr más, el ser mejores que sus pares dada la permanente competencia, y que no se nos enseña cómo convivir, ni menos cómo relacionarnos con otros, en cómo fluir y ser felices en nuestros trabajos; en el foco permanente de la competencia que no deja lugar al juego por el juego.
En los días posteriores a esta lectura, comencé a "ponerle nombre" a mucho de lo que observaba a mi alrededor que caía bajo este paraguas patriarcal: las conversaciones imposibles, sin escucha y sin respeto de nuestros políticos; el "acceso privilegiado" a la verdad que cada candidato presidencial posee, lo que lleva, irremediablemente, a negar al candidato del lado; la manera de abordar nuestras legítimas diferencias, no a través de conversaciones colaborativas y de posibilidades, sino a través de medios de fuerza ya sea de quién sustenta autoridad o de grupos sociales de los más variados ámbitos e intereses, que si no reciben el 100% de lo que piden abren, sin inconvenientes, vías agresivas y violentas de expresar sus diferencias y exigir sus demandas pasando a ser actores y reflejos perfectos del sistema de poder, conocimiento y fuerza que desean modificar o erradicar; al dolor y miedo existente en muchas personas que trabajan en empresas e instituciones, organizaciones que son gestionadas en forma jerárquica y autoritaria, justamente a través de provocar miedo como un medio para la obtención de resultados; al sistema económico que nos lleva a tener presente nuestras carencias (reales o ficticias) para así poder consumir y desde allí crecer y obtener utilidades, no importando si los medios justifican el fin; a las clases de historia que se imparten en nuestros países inculcándonos desde pequeños tener una mirada al pasado que nos separa; a los mensajes patrióticos que muchas veces se basa en la descalificación y negación de países vecinos a través de la validación de nuestras "realidades" históricas que no nos ha permitido un convivir basado en el respeto mutuo con todos con quienes tenemos fronteras comunes; a un sistema educativo que persigue la creación de profesionales que busquen el obtener más, el lograr más, el ser mejores que sus pares dada la permanente competencia, y que no se nos enseña cómo convivir, ni menos cómo relacionarnos con otros, en cómo fluir y ser felices en nuestros trabajos; en el foco permanente de la competencia que no deja lugar al juego por el juego.
Y continue leyendo: "Sin embargo, lo peculiar del momento
histórico que ahora vivimos, está en la recuperación de algunas dimensiones de
las relaciones humanas distorsionadas o negadas con el patriarcado, que tienen
que ver con el respeto al otro, y que ahora sabemos, formaron parte del vivir
cotidiano de la humanidad, al menos en Europa, hasta antes de éste."
¿Cómo así? ¿O sea existieron sociedades que
no basaban su convivir en el poder y la razón característico de la cultura
patriarcal? El libro de Riane Eisler trata de ello, de demostrar la existencia
de sociedades en que primó la solidaridad en vez de la competencia como modo de
vida, la existencia de culturas pre-patriarcales predominantemente agrícolas, en
que los poblados no tenían ni necesitaban fortificaciones, sus restos
arqueológicos no develan señales de guerras, en que sus lugares de culto
albergaban figuras femeninas, en que no se encontraron diferencias entre las
tumbas de hombres y mujeres, que permitiría suponer la no existencia de
diferencias jerárquicas entre ambos géneros. Sociedades en que la convivencia
estaba centrado en lo estético y en la armonía con el mundo vegetal y animal,
por el respeto a la naturaleza. Este tipo de sociedades se plasma con toda su
fuerza en la Civilización Cretense, tal cual lo describe detalladamente Eisler
en su libro. Les invito a buscar en Internet imágenes del Palacio de Cnosos en
la isla de Creta y allí podrán ver la carencia de fortificaciones, situación
poco habitual si nos remitimos a la mayoría de las ruinas de otras
civilizaciones o incluso a palacios y ciudadelas que aún se mantienen en muy
estado, sobre todo en Europa. Además, podrán ver que los pinturas murales aún
existentes no tienen que ver con gestas heroicas relacionadas a guerras, sino
más bien a la relación de sus habitantes con el mundo animal.
Esperanza. Eso me surgió al
continuar leyendo. Esperanza ya que el "mundo mejor" que muchos buscamos
existió hace siglos en nuestro devenir como seres humanos, como seres sociales.
Y si existió, podría volver a surgir con fuerza, como siento que está ocurriendo
al estar tomando cada vez más conciencia de los excesos de nuestra cultura
patriarcal en los distintos ámbitos de nuestra sociedad occidental y cada vez
más global.
A su manera, Maturana en su
prólogo nos invita a reflexionar sobre las redes de conversaciones que constituyen
nuestra cultura, tomando conciencia que no es posible generar un modo de convivencia
que se sustente en el respeto mutuo y la colaboración, si estamos aún inmersos
en conversaciones de discriminación y competencia que niegan las anteriores. Y
desde allí nos invita a ahondar en la fuente de la cual surgimos como seres
vivos que es el amor. En sus propias palabras:
"Los seres humanos dependemos del amor y nos enfermamos cuando
este nos es negado en cualquier momento de la vida. No hay duda de que la
agresión, el odio, la confrontación y la competencia también se dan en el
ámbito humano, pero no pueden haber dado origen a lo humano porque son
emociones que separan y no dejan espacio de coexistencia para que surjan las
coordinaciones de coordinaciones de acciones que constituyen al lenguaje. La
agresión, la competencia, la lucha, el control, la dominación, una vez establecido
el lenguaje se pueden cultivar, y de hecho se cultivan en la cultura
patriarcal, pero cuando pasan a conservarse como parte constitutiva del modo de
vivir de una cultura, los seres humanos que la componen se enferman, se
oscurece su intelecto en la continua auto-negación y pérdida de dignidad de la
mentira y el engaño, o, en el mejor de los casos, las comunidades humanas que
la componen se fragmentan en enclaves sociales pequeños en continua lucha unos
con los otros."
Y surgen preguntas que él mismo
no responde, pero que el sólo hecho que sean realizadas, nos invita a descubrir
capítulos de la historia de nuestra humanidad probablemente desconocidas por
muchos.
"Pero, ¿cómo fue vivir ese
mundo? ¿cuál pudo haber sido la red de conversaciones que constituyó a ese
mundo en el que no se luchaba contra la naturaleza sino que se vivía con ella?
¿cuál pudo haber sido la red de conversaciones en la que la colaboración no
surgía de la obediencia ni del sometimiento a la autoridad o control de otro,
sino del placer de participar en una empresa común?."
Abro paréntesis. (Me llamó la
atención dos pequeños grandes detalles sobre el prologo escrito por Maturana. Él
lo termina mencionando su ubicación y año: Peñalolen, 1990. Es
decir, lo escribió hace 23 años atrás. Reflexiono sobre las reflexiones que se
han estado dando todos estos años, sobre las miradas que están alimentando
nuevas redes de conversaciones, nuevas posibilidades de convivencia en que comience
a primar el respeto mutuo entre las personas. Lo segundo que me llamo la atención
es que la autora haya invitado a Maturana a escribir el prologo del libro. Y
claro, ese asombro es completamente personal, ya que habla de mi desconocimiento
de quién es este biólogo chileno llamado Humberto Maturana, de cuál es su
importancia y la relevancia de su trabajo en el concierto de la creación de
nuevas miradas que expliquen nuestro convivir como seres humanos). Cierro
paréntesis.
Además de mi reflexión sobre la evolución
de nuestra raza en relación a todo tipo de violencia, también me había
comenzado a surgir un permanente cuestionamiento de cómo abordar el trabajo que
realizamos junto a mi equipo de Plan B en organizaciones. Había, y sigue
habiendo, "algo" que a los consultores, coaches y facilitadores nos
falta terminar de conectar para realizar un trabajo que lleve a los equipos a
convivir desde otro lado, a salir de esa esfera del poder y la razón que todo
lo define, y deja poco o nada espacio para la colaboración, la creatividad y el
respeto. Maturana lo resume en una pregunta y yo la tomo en toda su magnitud:
¿Es posible colaborar con personas que no
están de acuerdo con nosotros?
Y el "timing" fue el correcto.
Este camino que se me abrió leyendo el libro ya mencionado, se unió al hecho que
se me presentó, en un lapso no mayor a dos semanas, la posibilidad de ser
parte del primer programa de posgrado que se dicta en Chile de Magister de
Biología-Cultural que dirige Humberto Maturana junto a su equipo de Matriztica,
bajo el alero de la Universidad Mayor. Cuando leí lo que se entendía por Biologia-Cultural,
entre las muchas aristas de esta mirada, me quedé con la posibilidad de
comprender, de aprender y de poner en acción la creación de espacios
colaborativos en organizaciones y grupos de personas.
Este nuevo blog, Reflexiones del
Convivir, es parte de mi bitácora que me acompañará durante un año y medio más.
Si llegaste hasta acá leyendo, además de agradecer tu interés por mis
reflexiones, te cuento que continuaré contando lo más "en simple" posible lo que he
ido descubriendo en este viaje. No puedo terminar sino agradeciendo a la
vida que tenga la posibilidad de estudiar con un hombre extraordinario como es
Humberto Maturana, junto a su compañera Ximena Dávila y el resto de su equipo de
Matriztica. Y me quedo con una de sus frases que me hacen todo el sentido para
este comienzo de bitácora personal, para este viaje a la Biología del Conocimiento
y a la Biología del Amor.
El mayor enemigo de la reflexión es el saber.
Hasta pronto,
Adolfo Valderrama Porter
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